El estreno de El ascenso de Skywalker (J. J. Abrams, 2019) despierta el análisis sobre la inmensa e inevitable posibilidad de la saga de ser referenciada políticamente, y sobre su rol dentro de la serie de películas.
Por Nahuel Karg
0. Un grito de corazón
Hay una lógica –blowing in the wind en posters, editados de video y notas periodísticas– según la cual uno puede caprichosamente asociar la saga Star Wars al peronismo. Está en boga, para qué negarlo. Podríamos ir más lejos y asociar las tres partes de la exitosa serie de películas bajo el comando de George Lucas con los gobiernos peronistas originales. Star Wars: Una nueva esperanza como el primer gobierno de Perón: una sorpresa, y un acierto revisitado, hipersimbolizado, renombrado a posteriori, mítico y fundacional de una forma –y para algunos, el comienzo del fin–; El Imperio Contraataca como el segundo peronismo, con la épica del villano, la construcción de relaciones de parentesco dentro del poder casi en vivo, y al final ganan ellos; y El Regreso del Jedi como el retorno del líder exiliado -1973- que termina dejando en el poder a ella y a sus improvisados adláteres, mientras los cuerpos se momifican y secuestran.
Podríamos ir más lejos y asociar las precuelas posteriores de George Lucas con el menemismo. La amenaza fantasma con el primer período, su ruptura de lo anterior –lo digital como nueva convertibilidad, falsa tabula rasa– y la marcación de destino novedoso, celebrado ahí nomás, trágico, lamentable como hecho inevitable àlla Fukuyama; El ataque de los clones y La venganza de los Sith luego como el engolosinado digital, el barroquismo de nuevo rico pizza con champagne, pero sobre todo la conversión en villano de alguien que promete “revolución productiva y salariazo” devenido en hiperliberal, picando un 2001 en delay.
Y podríamos ir incluso más lejos y relacionar la nueva saga de esta década con el kirchnerismo. El despertar de la fuerza como el primer mandato de Néstor: cover peronista, guión revisado casi escena con escena con la saga original, buena repercusión inmediata, la mujer como heredera; El último Jedi –así la llamó su director– como el segundo kirchnerismo, el conflicto grande de la protagonista con el avatar más joven del villano de siempre, la polémica como motor de tropa, la pérdida del líder caído en combate, las primeras sospechas de un trasfondo con lagunas, las incursiones injustificadas de la troupe secundaria por destinos insospechados (para otro día las licitaciones desde las dos orillas y Canto Bight); y El ascenso de Skywalker como el kirchnerismo menú del último gobierno de Cristina, en donde toda la iconografía se juntaba en el poster nosotros, en donde cada personaje tenía su debe y su momento , y en donde la pelea entre nosotros dejaba el poder vacante, y todos contentos.
1. ¿Judas? No te creo
Pero no hay que creerles a los fans de Star Wars con eso de que El ascenso de Skywalker vs El último Jedi se disputan el lugar de Judas y que cuál es la película que cagó a la otra (en la saga contradictoria por excelencia, que se erige borrando con el codo). Porque la película que degradó a los personajes, los regresó al conflicto originario y les robó lo que aprendieron en las primeras tres películas fue (y, ay cuándo se caiga esta película en pocos años) El despertar de la fuerza. El bueno de J. J. Abrams quiso jugar con los muñequitos a lo mismo que se jugó en la primera saga. ¿Triunfaron? Bueno, ahora no. De nuevo son resistencia. ¿Llegaron al punto justo de sus logros? Bueno, no: fracasaron y son piratas del asfalto y pequeños terroristas. De vuelta infinitesimales en un Universo de pocas familias y tiempos cortos. Abrams reseteó la saga de una manera tan perezosa (el mismo conflicto, un poquito más grande, la misma resolución, bastante antes, las misma tramas interiores, apenas delineadas) que tuvo que hacer regresar a los personajes al punto cero. Empezamos de nuevo, pero ajustados por inflación. Como Creed. Como Jurassic World.
Y la caja de la incógnita, claro, con el lujo de dejar todo así como así: ¿quiénes son los padres de Rey? Me chupa un huevo. ¿Qué función tiene Luke Skywalker ahora? (El riesgo del McGuffin: ser el chiste de la próxima película.) ¿Qué sucede entre Rey y el sable laser de Luke? ¿Qué información contiene Maz Kanata?
Cada pregunta que sembró Jota Jota fue meada respectivamente por Rian Johnson, el encargado de El último Jedi. Los padres de ella son caca, la relación de Rey y Finn ya fue, Luke Skywalker es un boludo y está muerto y hay que dejar morir el pasado porque los Jedi son una mezcla de Bucay y el sindicato de camioneros. Y ahora en Star Wars pintó la lógica narrativa Benetton. ¿Y sabés qué? Se puede atravesar cualquier cosa con la hipervelocidad, rastrear naves en el contexto que sea, y la fuerza es una boludez que te toca por un sorteo de instagram, si etiquetás a dos amigos y seguís estas dos cuentas ya participás.
Claro que Disney no se quedó atrás y al cabo de idas y vueltas –en realidad, la ida de Colin Trevorrow luego de que vieran su película El libro de Henry– volvió el amable J. J. Abrams, que sabe filmar, que tiene mano para adaptar (ahí están sus Star Trek, y su cover de Spielberg Super 8) pero que sobre todo tendrá alguna idea de cómo cerrar lo que abrió. ¿O acaso esto es Lost?
2. Vamos a volver
Y si en el El despertar de la fuerza J. J. había jugado un rato con los muñecos, en El ascenso de Skywalker hace el recital de las Bandas Eternas de Star Wars, el 678 del entierro de Néstor de Star Wars. El emperador Palpatine volvió en forma de fichas, al igual que Lando Calrissian, Han Solo, Luke Skywalker, Mace Windu, Ahsoka Tano, Jorge Dorio y la botonera de contraplanos de Weekend at Bernie`s de Carrie Fisher, con fenomenales frases como “si”, “no” o “está bien”. Dicen que el holograma de Carrie Fisher y su doble de contraplanos van a dirigir a Gimnasia y Esgrima de La Plata hasta que termine el campeonato.
Pero J. J. te dice si la revivo a Leia, te los revivo a todos. Y es así como en esta bonita cinta mueren y reviven Chewbacca, Ren, Rey, Palpatine, C3PO (ni dos minutos sin memoria), además de las apariciones fantasmales de Han Solo, Luke y Leia y por qué no meter a Calrissian, que la homenajea Fisher con una frase que generó la apertura de tres blogs de denuncias (“to Leia myyy looovvvveee”). El ascenso de Skywalker podrá ser el auto de Homero de las películas de Star Wars, pero con todo eso no es una película mala (lo cual es muchísimo decir). Abrams agarró el plato para pocos que había hecho Rian Johnson y le metió todos los condimentos habidos y por haber, y aún así el plato se puede comer y, más importante, hace feliz a las partes (cualquier relación con The Irishman corre por vuestra propia imaginación).
Cada entrega de la saga de Star Wars (eso que los fanáticos defienden con el argumento “lo están tomando demasiado en serio”) baja la vara en cuanto a las narrativas internas (también porque se mueven en un cuarto de variantes menor), pero la sube en cuanto a las posibilidades de puesta y dirección. Realmente cuesta mucho, luego de adentrarse en Rogue One, The Mandalorian o El ascenso de Skywalker, poder ver un rato largo de El regreso del Jedi o El imperio contraataca. Las peleas, los planos, los movimientos, las actuaciones, el montaje. Todo el tendido eléctrico emocional de la saga principal se sostiene en un viaje personal que cubre de una pátina amorosa casi todo.
En ese sentido, la lógica de este texto pediría volver a la asociación con el peronismo. Dependerá del lector intepretar una crítica a la reminiscencia incondicional a un relato tan cargado o celebrar con un Fernández estableciendo un cóctel de elementos múltiples con final, quizás, feliz. La historia se sigue escribiendo.
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