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Dejar de ser nosotros

Sobre Roadrunner: A Film About Anthony Bourdain (Morgan Neville, 2021)

El documental sobre el escritor y chef Anthony Bourdain transita los caminos del homenaje / policial imposible. Qué sucede cuando el centro de una investigación es inaccesible, y qué herramientas –humanas y no– tenemos para recrearlo.


Por Nahuel Karg


1. Qué


Tratar el suicidio –examinarlo, mirarlo desde afuera, intentar traducirlo– suele ser entregarse a un policial insoluble, cuyo centro es la ausencia y en el cual cada dato agrega enigmas cada vez más profundos, más opacos, más refractarios –el pozo que nos mira, pero también los desmitificantes testimonios de quienes han sobrevivido a un intento, que no terminan de revelar un pasaje, aún con su carga de amenaza, alivio, pudor y agonía–.


Puede ser en la crónica –el libro Los suicidas del fin del mundo (2005), en el cual Leila Guerriero explora una serie de muertes como un conjunto que se abre, en un pueblo al sur de Argentina–, en la sociología –El suicidio (1897), ese exhaustivo catálogo pionero de estadísticas que no conforman, de Emile Durkheim–, en la miniserie documental –Heaven's Gate: The Cult of Cults (2020), psicología grupal y costos de pertenencia, y Nisman: El fiscal, la presidenta y el espía (2019), con la opción de poder no ser eso– y sí, en la película documental –Roadrunner: A Film About Anthony Bourdain (Morgan Neville, 2021), el evangelio según los testigos–. Aquí y allá la obra sobre el objeto perdido se hundirá inevitablemente en el análisis de datos y testimonios que sirven a fin de reconstruir un momento violento que, caprichoso y con cierto azar –como todos los momentos violentos–, define el trazado de todo un relato, la reconfiguración de una relación, el recuerdo de una persona.


Roadrunner: A Film About Anthony Bourdain es una biopic policial que juega dos roles definidos: ser una investigación urgente a la vez que una imposible carta de despedida. La película comienza con el primer material audiovisual del chef como figura pública, el piloto de un documental televisivo en sus días de jefe de cocina del restaurante neoyorquino Brasserie Les Halles, y transita en su contenido su derrotero como figura pública y mundial tardía (Bourdain se vuelve conocido e itinerante casi por milagro, promediando sus cuarentas, sin haber realizado más que unos pocos viajes y textos antes). El final es conocido: el sorpresivo suicidio del escritor, cocinero y presentador televisivo el 8 de junio del 2018, en un cuarto de hotel de Alsacia, en Francia, a poco de cumplir 62 años.


Al ser obra de los productores históricos de Bourdain (de sus programas televisivos A Cook´s Tour, No Reservation y Parts Unknown) la película cuenta con una ventaja en la obtención de un inmenso material audiovisual en el que apoyarse –de todo el material audiovisual posible y probable sobre esta etapa de Bourdain–, y con la desventaja, quizás, de basar el completo de su investigación en una hipótesis previa –segmentando los testimonios, sacrificando voces–, a la que se reserva el tercer acto del film: el rigor de Asia Argento y su agenda personal/política como las gotas que rebalsan el vaso de un hombre que se conducía por la alta intensidad y las conductas adictivas.


Una biopic como cualquier otra, sí, pero aquí el proceso de acumular testimonios terminará contenido por el suicidio –el testimonio «el hijo de puta se mató», que abre la serie– y sus hipótesis –«¿cómo se pudo haber matado la persona que tenía el mejor trabajo del mundo?» y «¿cómo un contador de historias se va sin una carta de despedida?»– y propondrá, como pruebas, las obsesiones del escritor, quien vivía reemplazando adicciones: las drogas, el alcohol, el jiu jitsu, los viajes, las parejas, el control sobre la cocina, el control sobre los materiales de trabajo. Lamer su sudor porque estaba falto de sal para una competencia de artes marciales o cambiar el equipo técnico que lo acompañó una década para complacer a su nueva pareja; formarse como un peleador con doble entrenamiento llegando a los sesenta años, modificando todo su cuerpo, hacer un quiebre total a padre modélico de barbacoa de domingo, o exigir más whisky en un desierto de Montana, cuando los cazadores con los que compartía equipo comenzaban a rendirse, en una de las tantas jornadas de grabación de su serie documental.




2. Por qué

«Cuando pienso en él no hay paz» comenta su amigo Joe Rogan, en una entrevista en su podcast a la productora del film, Laurie Woolever, quien fue a su vez asistente de Bourdain por diez años. El interrogante molesto se volverá norma de los testimonios, de uno y de otro lado del film. Woolever reafirma en la charla la hipótesis del desengaño romántico –Asia Argento posando en los tabloides europeos con otro hombre– que el film expone en sentido doble: cuando un productor lo deja solo en la habitación que se volverá tristemente célebre, Bourdain se lamenta pidiendo «más recato» a la prensa internacional; luego, también, la película hará una deconstrucción de la última historia de Instagram del cocinero, en la cual se intuye que hace referencia a una historia ficcional de venganza para acometer su acto violento –historia con doble faz, audio sobre video, que sirve para que Bourdain se predisponga a verse desde afuera, involucrándose en una narrativa imaginada que le permite amenazar desde un silencio que se volverá definitivo–.


La búsqueda de respuestas no es sólo un mecanismo natural del relato sino su punto de partida. En ese sentido el documental se relaciona a otro recientemente estrenado (Robin's Wish, Tylor Norwood, 2020) que viene también a rellenar otro vacío, en este caso el de Robin Williams, presentando en sociedad, y a pedido de la familia del mismo, la noticia de una enfermedad degenerativa que pudo inducirlo al suicidio, causa por la que murió sorpresivamente, a los 63 años. Hay en el tratamiento de estos casos –los de Bourdain y Williams, pero también los antedichos, y las obras de ficción, desde Ana Karenina y Madame Bovary hasta Werther– también un testimonio de lo que somos, de lo que nos asusta, y, sobre todo, de lo que no queremos aceptar. De los símbolos con los que llenamos los hechos irreversibles para asimilarlos, y de los límites que tienen estos símbolos –del choque de un mundo con el otro, qué otra cosa el arte–. En ese sentido vale preguntarse, ¿quiénes somos, en este punto de vista?


3. Quién

Además de la estructura ­–las tres partes en las cuales la última cierra las preguntas de la primera– y de la concepción –la curaduría de los testimonios para determinar un perfil–, el tema de la ausencia será central en Roadrunner también en los procedimientos: la película se volvió el foco de un debate luego de su estreno en el Festival de Tribeca, cuando el director afirmó que pasajes del film en los cuales Bourdain narra su vida fueron simulados utilizando una Inteligencia Artificial que imitó su voz, su tono, sus articulaciones, su acento, su estado de ánimo. Woolever y el director alegan que son pasajes que juntos no llegan al minuto, y que no son significativos, aunque vale decir que su carácter de indeterminación sirve para contaminar toda la obra. ¿Son estos parches digitales una novedad que cambia un paradigma? No parece. Todo relato suple, sirve, permite seguir. Todo enfoque determina un marco, un tono, una versión: pero lo que sucede ahora es que esos enfoques rebasan lo humano, y lo humano que puede tener un punto de vista –cualquiera sea–. Lo novedoso aquí es el uso de la Inteligencia Artificial para pensar una experiencia de hibridación invisible: después de todo, quizás Bourdain –la suposición de su experiencia, la huella reconstruida, la versión digital, lo que nosotros hacemos con lo que él hizo de sí mismo– inicie una tradición difícil de determinar, y que linda con los límites de la experiencia humana. No por su testimonio, o por la serie de parches que su discurso le proporcione a un relato cuyo centro es inaccesible, sino por el debate de quién ocupa el lugar de una Historia, con qué armas cuenta, y, mucho más, importante, a quién se la contará en el futuro.

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